Elegidos para robar

«Porque muchos son los llamados y pocos los elegidos». Evangelio según San Mateo, cap. 22. Así terminaba la parábola con la que Jesús habló a los sumos sacerdotes para intentar explicarles lo que era el Reino de los Cielos. Es el final de la historia de un rey que, después de comprobar que los convidados a la boda de su hija no habían querido asistir al banquete, envió a sus criados a los cruces de los caminos «y, a todos los que encontréis, traedlos a la boda».

Se ve que Juan Lanzas no había olvidado de mayor lo que le habían enseñado de niño, pero decidió aplicar lo aprendido justamente al revés y con el espíritu contrario al que se describe en los Evangelios.

Él también decidió echarse a los caminos y sentar a su mesa a unos cuantos desdichados, todos ellos metidos hasta el cuello en trampas y deudas. Esos fueron los elegidos para participar en su particular banquete, sólo que en su caso se trataba de una orgía de delincuencia organizada destinada al enriquecimiento ilícito de una trama enquistada en la estructura administrativa y política de la Junta de Andalucía.

En eso consiste el crudo, escueto e impresionante relato de Juan Francisco Algarín. Un encuentro en un bar, una invitación a comer, una mesa compartida y una promesa de ayudarle a saldar sus deudas a cambio de unos servicios fáciles de prestar: hacer de porteador de cientos de miles de euros sacados de las arcas públicas y escondidos en las cuentas bancarias de una recua de lacayos sin escrúpulos que luego entregaban en mano los billetes a los grandes defraudadores. Un atraco a gran escala diseñado a golpes de brocha gorda, tan simple como obsceno.

Puede que Algarín haya proporcionado a la juez los nombres de los «políticos famosos» a cuya identidad sólo se refiere genéricamente en la entrevista que se publica en estas páginas. Aquí se limita a decir que acompañaban a Lanzas cuando él acudía a llevarle la mercancía a cafeterías y bares, pero no da más detalles.

Este individuo parece más un personaje de una película de Bardem de la España de los 50 que de la Andalucía próspera y solidaria que nos ha vendido la propaganda. Pero es de ahora mismo, de ayer sin ir más lejos. Que Lanzas le invitara a un trago de coñac y hasta recibiera botellas de aceite como propina por los portes, no hace sino otorgar un sórdido ribete castizo a su relato. Todo lo que cuenta resulta mísero y roñoso, pero inevitablemente acerca las sospechas a niveles políticos que van más allá de la dirección general desde la que Francisco Javier Guerrero reinaba sobre la chusma.

Porque resulta harto difícil aceptar que un recadero de poca monta como Algarín pudiera colarse hasta los despachos de la delegación de Empleo, como él cuenta, sin dar por supuesto que la impunidad más evidente reinaba en aquella sede. Y no hay impunidad si no hay también, y al mismo tiempo, la tranquilidad y el relajo que proporciona la certeza de que las andanzas perpetradas estaban, al menos, toleradas por la superioridad. Cuando no protegidas.